
Estacionada en la puerta de tu cuerpo...
te espero.
Derramada en la sombra que proyectas...
te anhelo.
Abatida en las islas de tu reino...
me entrego.
¡Te piedad, hombre duro!
Me rindo ante tus armas,
invádeme a tu antojo,
usurpa lo que quieras,
¡violenta mis cerrojos!
¡Ten piedad, hombre duro!
Condúceme hasta tu cuerpo,
manióbrame el esqueleto,
pulverízame en un abrazo,
¡no ves que te amo!
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