Y sus manos fuertes
de marinero errante,
tomaron su cintura
como timón de barco.
Desataron tempestades
en la piel que lo anhelaba.
Ondularon esas manos,
oprimieron, rebalsaron.
En sus pálidas caderas
por momentos reposaron.
En sus senos,
cascabeles fueron sus dedos,
que atrevidos festejaron.
En su boca,
con almíbar de avellanas
se embriagaron.
Y en el blancor de su pubis,
en fantástica tormenta,
con amor superlativo...
finalmente...
fecundaron.
EXCELENTE BLOG!!!!
ResponderEliminar